domingo, 19 de julio de 2015

La cueva del gatillo


Aquí tenéis el relato publicado este año en el libro de fiestas de Nuestra Señora del Rosario de Luarca
La cueva del gatillo

─Abuela, abuela, cuéntame la historia de la cueva del muelle ─le pedía Pedro a su abuela Chari.
─Pero si ya la sabes de memoria Pedro ─le contestaba su abuela cada día.
─Ya, ya, pero me gusta escucharla abu, venga, venga por favor ─le pedía Pedro con sus manos juntas con un gesto de ruego.
─Está bien, siéntate a mi lado anda ─le contestaba su abuela sonriente.

Hace algunos años, cuando yo era una mocita, en vísperas del Rosario, mi madre, bueno, y todas las mamás estaban en pleno apogeo en todas las casas preparándolo todo  para la celebrar la fiestas.

Aquel día, había un sol deslumbrante y sin una sola nube en todo el cielo.
Mis amigas y yo queríamos ir a la playa, pero, claro, nuestras madres estaban muy atareadas y no querían llevarnos, y por primera vez las convencimos para que nos dejaran ir solas.
Así que, después de comer, nos juntamos las cuatro donde siempre, ya sabes, donde está el edificio ese nuevo, que antes había una plazoleta.
─Sí, si abuela ya sé ─ le dijo Pedro.

Cuando estuvimos todas nos dirigimos a la playa. Íbamos muy contentas, era la primera vez que estaríamos solas en la playa, ¡ya éramos mayores!
Tomamos el sol, jugamos a las palas y nos bañamos. Lo estábamos pasando genial.
Después de merendar, se acercaron unos chicos y se presentaron. Eran veraneantes, de Madrid, ya los conocíamos de otros años.
Querían que fuéramos con ellos al muelle a bañarnos, nosotras al principio dijimos que no, pero...al final...fuimos.
Al llegar, dejamos todas las cosas junto al faro. Nos tiramos y estuvimos nadando hasta que nos cansamos.
Nos acercamos a la zona donde ahora llega el paseo, y empezamos a caminar por entre las rocas, La marea estaba bajísima y descubrimos un hueco en una zona de las rocas que por lo general estaba cubierta de agua, y...nos metimos.
¡Una cueva! Pedro, descubrimos la cueva del gallito así la llaman. Empezamos a caminar hacia dentro, despacio, con mecheros que llevaban ellos para alumbrar un poco el camino. Nosotras estábamos un poco cagadas de miedo pero no queríamos que ellos lo supieran.
Nos fuimos adentrando en la cueva y llegamos a un punto en el que había dos caminos. Decidimos seguir por la derecha, estaba más elevado, quizás lo escogimos por eso. El suelo al cabo de un rato estaba más liso.
Cada vez hacía más frío y nosotras queríamos dar la vuelta,  pero los mecheros eran de los chicos y ellos querían seguir,  así que nos tuvimos que aguantar.
Llegamos a un punto en el que no había más camino.
Por fin podremos volver ─dijo Paqui ─aquí ya no hay nada más.
─Sí ─dijo Sito ─esto se terminó, habrá que volver.

Al salir de aquella especie de sala, el suelo estaba mojado. Y a medida que avanzábamos había más agua en el suelo.
Nos costaba más trabajo caminar, el agua nos llegaba a las rodillas.
─Está subiendo la marea ─ dijo Blanqui preocupada.
─Igual no podemos salir ─comentó Paqui nerviosa.
─¿Qué hacemos? ─preguntó Juani.
─Habrá que intentar salir ─dijeron los chicos muy tranquilos.
Seguimos el camino, cada vez con más dificultad, poco a poco el agua nos cubría más.
Al llegar a la bifurcación de los caminos, ya no se podía caminar.
─¡Estamos atrapados hasta que baje la marea! ─dijo Paqui llorando.
Decidimos dar la vuelta, con la pequeña esperanza que el agua no llegara al fondo de la cueva.
Una vez en la antesala, nos sentamos, estábamos agotados, hambrientos y “muertos de miedo”
Falito se puso a escalar por la antesala, como si fuese a encontrar una salida. No encontró ninguna, pero si un hueco en el que nos podíamos meter todos. Y subimos al que sería nuestro refugio.
Hacía frío, teníamos hambre, aunque lo peor, era el miedo que teníamos a la bronca que nos iba a caer.
Poco a poco fuimos sucumbiendo al sueño.
De repente, escuché mi nombre y me desperté. Creí que estaba soñando, pero cuando abrí los ojos los vi. Abajo estaban Pepín y Manolo los vecinos de Blanqui.
Nos pusimos contentísimos, bajamos de nuestro pequeño refugio, y así logramos salir de la cueva.
Nuestros padres estaban tan contentos por habernos encontrado ilesos que no nos riñeron, pero aprendimos bien la lección.
Y esa es mi aventura de juventud.

─Hala Pedro, ve a jugar con tus amigos, pero no te metas en las cuevas ─le dijo su abuela riendo.






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