Aquí tenéis el relato publicado este año en el libro de fiestas de Nuestra Señora del Rosario de Luarca
La cueva del gatillo
─Abuela, abuela, cuéntame la
historia de la cueva del muelle ─le pedía Pedro a su abuela Chari.
─Pero si ya la sabes de memoria
Pedro ─le contestaba su abuela cada día.
─Ya, ya, pero me gusta escucharla
abu, venga, venga por favor ─le pedía Pedro con sus manos juntas con un gesto
de ruego.
─Está bien, siéntate a mi lado anda
─le contestaba su abuela sonriente.
Hace algunos años, cuando yo era
una mocita, en vísperas del Rosario, mi madre, bueno, y todas las mamás estaban
en pleno apogeo en todas las casas preparándolo todo para la celebrar la fiestas.
Aquel día, había un sol
deslumbrante y sin una sola nube en todo el cielo.
Mis amigas y yo queríamos ir a la
playa, pero, claro, nuestras madres estaban muy atareadas y no querían llevarnos,
y por primera vez las convencimos para que nos dejaran ir solas.
Así que, después de comer, nos
juntamos las cuatro donde siempre, ya sabes, donde está el edificio ese nuevo,
que antes había una plazoleta.
─Sí, si abuela ya sé ─ le dijo
Pedro.
Cuando estuvimos todas nos
dirigimos a la playa. Íbamos muy contentas, era la primera vez que estaríamos
solas en la playa, ¡ya éramos mayores!
Tomamos el sol, jugamos a las palas
y nos bañamos. Lo estábamos pasando genial.
Después de merendar, se acercaron
unos chicos y se presentaron. Eran veraneantes, de Madrid, ya los conocíamos de
otros años.
Querían que fuéramos con ellos al
muelle a bañarnos, nosotras al principio dijimos que no, pero...al
final...fuimos.
Al llegar, dejamos todas las cosas
junto al faro. Nos tiramos y estuvimos nadando hasta que nos cansamos.
Nos acercamos a la zona donde ahora
llega el paseo, y empezamos a caminar por entre las rocas, La marea estaba
bajísima y descubrimos un hueco en una zona de las rocas que por lo general
estaba cubierta de agua, y...nos metimos.
¡Una cueva! Pedro, descubrimos la
cueva del gallito así la llaman. Empezamos a caminar hacia dentro, despacio,
con mecheros que llevaban ellos para alumbrar un poco el camino. Nosotras
estábamos un poco cagadas de miedo pero no queríamos que ellos lo supieran.
Nos fuimos adentrando en la cueva y
llegamos a un punto en el que había dos caminos. Decidimos seguir por la
derecha, estaba más elevado, quizás lo escogimos por eso. El suelo al cabo de
un rato estaba más liso.
Cada vez hacía más frío y nosotras
queríamos dar la vuelta, pero los
mecheros eran de los chicos y ellos querían seguir, así que nos tuvimos que aguantar.
Llegamos a un punto en el que no
había más camino.
Por fin podremos volver ─dijo Paqui
─aquí ya no hay nada más.
─Sí ─dijo Sito ─esto se terminó,
habrá que volver.
Al salir de aquella especie de
sala, el suelo estaba mojado. Y a medida que avanzábamos había más agua en el
suelo.
Nos costaba más trabajo caminar, el
agua nos llegaba a las rodillas.
─Está subiendo la marea ─ dijo
Blanqui preocupada.
─Igual no podemos salir ─comentó
Paqui nerviosa.
─¿Qué hacemos? ─preguntó Juani.
─Habrá que intentar salir ─dijeron
los chicos muy tranquilos.
Seguimos el camino, cada vez con
más dificultad, poco a poco el agua nos cubría más.
Al llegar a la bifurcación de los
caminos, ya no se podía caminar.
─¡Estamos atrapados hasta que baje
la marea! ─dijo Paqui llorando.
Decidimos dar la vuelta, con la
pequeña esperanza que el agua no llegara al fondo de la cueva.
Una vez en la antesala, nos
sentamos, estábamos agotados, hambrientos y “muertos de miedo”
Falito se puso a escalar por la
antesala, como si fuese a encontrar una salida. No encontró ninguna, pero si un
hueco en el que nos podíamos meter todos. Y subimos al que sería nuestro
refugio.
Hacía frío, teníamos hambre, aunque
lo peor, era el miedo que teníamos a la bronca que nos iba a caer.
Poco a poco fuimos sucumbiendo al
sueño.
De repente, escuché mi nombre y me
desperté. Creí que estaba soñando, pero cuando abrí los ojos los vi. Abajo
estaban Pepín y Manolo los vecinos de Blanqui.
Nos pusimos contentísimos, bajamos de
nuestro pequeño refugio, y así logramos salir de la cueva.
Nuestros padres estaban tan
contentos por habernos encontrado ilesos que no nos riñeron, pero aprendimos
bien la lección.
Y esa es mi aventura de juventud.
─Hala Pedro, ve a jugar con tus
amigos, pero no te metas en las cuevas ─le dijo su abuela riendo.
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