
Encerraste tu corazón solitario
bajo llave, aquel día de enero.
Tras la tormenta, saliste
descalzo al bosque
sentías el frío al posar los pies
en la nieve
y poco a poco se fue entumeciendo
la sangre que recorre tu cuerpo
y llegó el hielo a tu interior.
Una llamarada repentina
apareció sin aviso
y despacito, a pequeños golpes
fue rompiendo las barreras
que habías puesto para proteger a
tu corazón.
Y sin darte cuenta y sin querer
volvías a vibrar otra vez.