VILLA EXCELSA
Carmen y Luís llevaban dos años
intentando comprar una casa donde poder hacer su vida en común.
El tres de Febrero, Carmen, fue a
la administración de lotería como cada lunes. Siempre sellaba el boleto de la primitiva, con unos números fijos
desde hacía años.
El lotero al comprobar la papeleta,
le dio la enhorabuena, pues era la afortunada de una primitiva millonaria, se
quedó tan asombrada que no supo reaccionar. Les habían tocado treinta millones
de euros, una cantidad fantástica para poder hacer su sueño realidad.
Al salir de allí, llamó a Luís para
contarle lo sucedido. Él, pidió permiso en su trabajo y se fue en busca de
Carmen para decidir como actuar ante aquella situación.
Se encontraron en la playa, habían
quedado allí por ser un lugar poco frecuentado en esa época.
Se abrazaron, lloraron, rieron,
saltaron. Así desahogaron hasta calmarse. Con la mente fría determinaron
ingresar el boleto en un banco, en la capital de la provincia, no querían decir
a nadie que les había tocado tanto dinero.
Una vez recibieron el
premio, se dedicaron a buscar la casa ideal para comprarla. Visitaron
infinidad de pueblos.
Encontraron un pazo precioso en la
villa de Luarca, se enamoraron locamente del lugar. Estaba muy abandonado, con
un jardín impresionante, rodeado de árboles centenarios.
La casa, antigua, donde seguro en
otros tiempos hubo criados. De tres plantas, pero solo en la parte derecha de
la entrada, quizás su gran atractivo, ventanales de diferentes tipos, con
terrazas, azotea, partes rectas y curvas, hecha de piedra, con una gran
escalinata en la entrada.
Tenía bastantes desperfectos pero
podrían arreglarla, el dinero les alcanzaba para todo.
Compraron la casa y buscaron la
gente necesaria para arreglarla. Pasaron unos meses hasta que pudieron
trasladarse a vivir a ella.
Cuando entraron por la puerta, olía
a nuevo, la casa había quedado preciosa, pero Carmen notó un escalofrío, ella,
no le dio importancia.
Deshicieron las maletas y fueron
colocándolo todo. Terminaron enseguida, pero estaban agotados del viaje, así
que decidieron tomarse un descanso.
Sentados en el maravilloso sofá de
piel reclinable, con la pantalla plana al fondo, se abrazaron llenos de
orgullo. Por fin habían conseguido un hogar.
─Quiero comerte ─escuchó en su oído
Carmen.
─¡Qué guarrillo eres Luís! ─le
contestó ella.
─¿Qué dices Carmen?.
─¡Uy! ¿No me has dicho al oído que
quieres comerme?.
─¡No! Tienes ganas ¿eh?.
Carmen se quedó helada, algo iba
mal, y no sabía que era. Luís se extrañó al ver la cara de asombro de Carmen.
─Aquí pasa algo Luís.
─Carmen no empieces ¿qué pasa?.
─Pues no sé, pero siento
escalofríos, antes, en el comedor, tuve una sensación, no sé, como si me bajase
hielo por la espalda. Creo que aquí, hay
fantasmas.
─No creo. Carmen no me vengas con
esos cuentos ahora, por favor. Con el trabajo que nos ha costado encontrar esta
casa.
─Tienes razón, serán cosas mías ─dijo
Carmen disgustada.
No volvió a suceder nada extraño.
Por la noche, Carmen y Luís se acostaron temprano, estaban agotados.
En medio de la noche, Carmen
despertó, le pareció oír a un niño llorando. Se levantó sin hacer ruido para no
despertar a Luís y en camisón salió de su cuarto, siguiendo el sonido que
estaba escuchando.
Recorrió el largo pasillo, cada vez
se oía más cerca el sollozo, entró en la última habitación de la derecha, nada,
sintió un alivio. Nerviosa abrió la puerta que tenía de frente, entró despacio,
nada. Se acercó a la pared del fondo,
intentó escuchar a través de ella, el lamento, parecía salir de allí. Pero en
las habitaciones no había nada. Preocupada, volvió al calor de su cama.
No consiguió volver a dormir. De
vez en cuando, le parecía escuchar “ayúdame”, estaba tan agotada que no sabía
si era real o producto de su imaginación.
Cuando Luís despertó, Carmen le
contó su pequeña aventura nocturna. Él no la creyó, pero fueron a las
habitaciones que había visitado por la noche.
Había algo extraño allí, pues las
dos habitaciones no tenían ni los metros ni la forma para ocupar el fondo del
pasillo. Salieron al jardín, fueron a la parte de atrás de la casa, y para su sorpresa encontraron una ventana
vieja, sin cambiar por las nuevas que habían encargado, ¿había una estancia
entre dos habitaciones y tenía una ventana?
Llamaron al capataz que había
dirigido la obra para comentarle lo descubierto, y se sorprendió tanto como
ellos. Dentro de un par de días volvería a ver si podía hacer algo al respecto.
Con el problema medio solucionado,
decidieron ir al pueblo de compras.
En el centro, había un mercadillo
con puestos en la calle, de todo tipo, Carmen estaba mirando unas plantas para
el jardín.
─Esa azalea te va a quedar preciosa
junto a la escalera de la entrada ─le dijo una señora.
─¿Cómo dice? ─le contestó Carmen
sorprendida.
─Te decía, que esa azalea te va a
quedar preciosa en la entrada, junto a la escalera.
─Pero… usted no me conoce, no sabe
donde vivo.
─En una cosa tienes razón, no te
conozco, pero sí sé donde vives.
─Pero, cómo…
─Todo el mundo sabe quienes sois,
habéis comprado “Villa Excelsa”, este pueblo es pequeño, aquí nos conocemos
todos.
Un niño de nueve años se acercó a
ellos corriendo.
─Oye, oye, ¿es verdad que hay
fantasmas en tu casa? ─le preguntó el niño con total naturalidad a Carmen.
─No, no ¿por qué dices eso? ─le contestó Luís rápidamente
porque Carmen se quedó cortada y no fue capaz de articular palabra.
─Porque lo dice todo el mundo.
Dicen que Pedrito está atrapado en las paredes de la casa, que su mamá estaba
loca y lo encerró en su habitación y no lo dejó salir nunca más, y se murió de
hambre.
─Bueno, seguro que son cuentos
chinos, porque nosotros hemos reformado la casa y te aseguro que no había nada
en ninguna habitación.
─Adiós señor, si encuentras a
Pedrito me lo dices ¿vale?.
─ Vale, no te preocupes, pero te
aseguro que no lo voy a encontrar porque en la casa no hay nada. Chao muchacho.
Después de mantener la conversación
con el niño, Carmen y Luís se cogieron de la mano y se marcharon en dirección
al coche sin decir ni una sola palabra.
Llegaron a la casa incómodos, las
sensaciones de Carmen eran reales ¿y ahora qué?.
Cogieron del cobertizo unos
picos, seguro les servirían para
derribar las paredes de las habitaciones, no lo habían comentado entre ellos
pero se les ocurrió la misma idea.
Decididos, subieron las escaleras, cada uno
con su herramienta sobre el hombro. Al llegar al fondo del pasillo, se miraron
a los ojos…
─¿Estamos haciendo lo correcto
Carmen? ─preguntó Luís un poco preocupado.
─Yo creo que si, ¿puedes vivir
sabiendo lo que te ha dicho el niño sobre nuestra casa? ─le contestó ella.
─Venga, ¿Cómo lo hacemos? ¿Cada uno
una habitación o picamos aquí en esta pared?.
─Hombre, a mi no me gustaría estar
sola si fuera cierto.
─Vale, vamos a empezar por esta ─dijo
señalando la habitación de la derecha.
Entraron en la habitación rosa, las
habían calificado por el tono que las habían pintado.
Empezaron cada uno por una esquina
a dar golpes en la pared con los picos. Al cabo de un rato, estaban agotados,
no estaban acostumbrados a trabajos tan duros. Bajaron a la cocina a tomar una
cerveza para aplacar la sed. Carmen fue al baño a refrescarse un poco, y al
entrar se quedó petrificada cuando vio el grifo abierto y el espejo lleno de
vaho con unas letras escritas en él “ESTÁS MUERTA”, lanzó un grito espantoso,
enseguida llegó Luís que cogió a Carmen del brazo y salieron pitando de allí.
Se marcharon con lo puesto, fueron
a un hotel cercano, a unos metros de su
casa acababan de abrir uno. Desde allí llamaron a la policía para explicarles
lo sucedido, estos fueron a la casa y comprobaron que todo estaba correcto, allí no había nada. Los agentes quisieron
tranquilizarlos, que no se creyeran las historias que contaban por el pueblo,
que eran leyendas que se narraban las noches de San Juan alrededor de la
hoguera, una tradición muy arraigada en el pueblo. Carmen y Luís estaban un
poco acojonados, aún así decidieron pasar la noche en la casa, ¿qué podía
pasar?
Despidieron a los agentes y
decidieron no separarse ni para ir al servicio.
Cenaron un poco de fruta y unos
yogures, estaban tan nerviosos que no les entraba nada más. Fueron al baño juntos,
se cepillaron los dientes, hicieron pis y se fueron a la cama.
Estaban metidos en la cama,
abrazados y cogidos de la mano, ninguno dormía. Tenían el miedo metido en el
cuerpo.
─Tranquila cariño no nos va a pasar
nada.─le dijo Luís preocupado.
─Ya, pero te recuerdo que el
mensaje estaba en femenino, o sea que iba dirigido a mí.
─Seguro que fue algún chaval
gracioso que entró sin que lo oyéramos, cuando estábamos con el pico, con el
ruido que teníamos arriba, seguro que no lo oímos y lo escribió para meternos
miedo.
─Bueno, puede que tengas razón.
Al cabo de un par de horas lograron
conciliar el sueño, abrazados, no se despegaron en toda la noche.
Despertaron temprano, fueron a desayunar
a la cocina, estaban hambrientos y de mejor humor que por la noche.
Cuando terminaron de comer, se
pusieron manos a la obra en la habitación rosa, pico va pico viene, pero allí
no aparecía nada, solo piedra y más piedra. Pasaron a la habitación morada.
Empezaron de nuevo. A Carmen le pesaba ya mucho el pico. Pero Luís estaba
decidido a tirar aquellas malditas paredes.
Un escalofrío recorrió la espalda
de ella, quizás estaban cerca. Oyó un susurro que decía “Ayuda”. Recogió el
pico de nuevo y empezó a darle con fuerza en la pared, no podría soportar vivir
así, con escalofríos, susurros, lamentos…
Luís estaba agotado, no podía más,
dejó el pico en el suelo y se sentó. Él también sintió un escalofrío en la
espalda y un susurro que decía “Ayuda”. Se levantó como un rayo y empezó a
picar con más fuerza que antes.
─El último golpe Luís, ya no puedo
más ─le dijo Carmen agotada.
─Vale, Carmen yo también estoy
agotado. Damos el último los dos juntos, a la de tres. Uno, dos, tres.
Tanto Luís como Carmen levantaron
el pico y dieron con fuerza en la pared. Y se abrió un hueco. Bajaron a buscar
unas linternas y de paso se tomaron una cerveza fría. Después del pequeño
descanso volvieron para continuar con el trabajo.
Enseguida el agujero se hizo lo
suficientemente grande para poder entrar, con las linternas encendidas se adentraron
en la habitación misteriosa. Lo que había allí, era tremendo, un esqueleto desparramado
alrededor de una silla, una calavera encima de una mesa, un montón de huesos en
una mecedora y a su alrededor, otro esqueleto
cerca del agujero que habían hecho ellos.
A Carmen y a Luís les pareció oír
“Graaaaciaaaaasssss” “Graaaaaciaaaaassssss”.
Salieron de allí y volvieron a
llamar a la policía que se personaron con el forense y el juez.
Según el examen preliminar del
forense, llevaban muertos ochenta años, habían cerrado la estancia por dentro
con ladrillos y cemento, no había ninguna herramienta para poder tirar la pared
si se llegaban a arrepentir, habían muerto de hambre.
¡Qué final más triste para una
familia!.
Carmen y Luís
arreglaron todo. Una tarde, después de acabar de decorar las habitaciones donde
se habían producido los sucesos, se relajaron en su nueva bañera. Al salir, el
vaho había empañado el espejo donde estaban escritas las palabras “ESTÁIS
MUERTOS”.